El chivo expiatorio by Daphne Du Maurier

El chivo expiatorio by Daphne Du Maurier

autor:Daphne Du Maurier [Du Maurier, Daphne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1956-12-31T16:00:00+00:00


XV

Recuerdo que las campanas de la iglesia del pueblo tocaron al ángelus y, poco después, unas voces en el château, de Joseph, creo, y Robert, que salieron por una puerta lateral en dirección a los edificios anejos. Me ocultaban las ramas bajas del cedro y no me vieron. Cuando desaparecieron fui hasta los campos contiguos por la verja del muro y crucé el foso a paso vivo hacia el camino de los castaños, y de ahí pasé a una de las largas veredas que se perdían en el bosque. Me daba igual ir a un sitio que a otro, más lejos o más cerca; lo importante era ponerme fuera del alcance de todo el mundo y decidir qué hacer. La solución más evidente era fingir que estaba enfermo (un mareo repentino o unos dolores misteriosos en las piernas), pero el doctor Lebrun se pondría en acción inmediatamente y descubriría que no me pasaba nada. El simple pretexto de un resfriado o una molestia imprecisa no serviría. Un dolor de estómago no sería excusa para que el seigneur de St. Gilles se metiera en la cama el día de la gran cacería. Por otra parte, la pesadilla no sería solo el día siguiente, sino ese mismo día a las dos, cuando Robert me pidiera instrucciones otra vez.

Me pregunté si funcionaría poner la excusa del estado de salud de Françoise, pero me pareció demasiado insólito para Jean De Gué. A él le daría igual, por muy enferma que estuviera su mujer. Siempre cabía la posibilidad de coger el coche y desaparecer por completo poniendo fin al engaño. Esa solución estaba a mi alcance a cualquier hora del día o de la noche, cuando quisiera. Tal vez fuera el momento. Había sobrevivido hasta ahora porque en realidad no me había encontrado con verdaderas dificultades. Había podido con las relaciones familiares y con las de fuera de la familia, con las jugarretas del lenguaje, con el azar de la rutina que no conocía, con el estado imposible del negocio y la economía. Me había zambullido en este mundo desconocido como un caminante imprudente que a cada paso se adentra más en un cenagal, que se enfanga más a cada revuelta y no puede escapar. Pero, más afortunado que ese hombre, si llegaba a parecerme que estaba demasiado atado o que me hundía en las profundidades, siempre podía dar marcha atrás y librarme de todo, volver al pasado y recuperar el yo que había dejado en Le Mans.

Pasé de unas veredas a otras, a veces inmerso en la oscuridad del bosque, otras saliendo de repente de la espesura; todas convergían en la estatua del centro, la rodeaban como puntos luminosos de una brújula. No veía la forma de resolver el dilema, ninguna solución válida a la ridícula situación en la que me encontraba, más que admitir la derrota.

Seguí andando por una de las veredas hasta la estatua y me detuve al pie mirando hacia el château. El cielo se nubló, ya no estaba de un azul radiante, como el día anterior; una palidez otoñal velaba el sol mortecino.



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